martes, 23 de febrero de 2010

La mujer negra

Las playas de madrugada siempre parecen el fin del mundo. Aquella lo parecía. Yo no había bebido pero mi acompañante sí. Ambos paseábamos por la orilla. Nos pesaba el cuerpo. Llevábamos sin dormir dos días seguidos. Arrastrábamos los pies empujando masas de arena y espuma como si fuéramos pequeñas excavadoras. Hubo un momento en el que me giré para mirar el pueblo iluminado. Nuestras huellas parecían un camino de patadas contra la tierra. La ciudad se diluía en una noche cercana al alba. A estas alturas, la materia del mundo era ya un espejismo.
Entonces, la ví. A una distancia prudencial, con las grúas del puerto al fondo y la luz de la carretera dándole de perfil. Nos seguía una mujer totalmente negra. No me refiero a que fuera una persona de raza negra. Su piel era de otro tipo de negro. Un negro mineral. Un negro cavernoso. Despedía brillos como si la hubieran bañado en alquitrán. Su pelo moreno, hasta la cintura, la convertía en una sombra. Sin embargo, sus ojos eran claros y grandes. Como dos linternas en mitad de la noche. Me recordaban a esos planos del film noir con luces expresionistas. Una boca encendiéndose un pitillo en la oscuridad de un plano medio. Unos ojos espía en la raya de luz filtrada através del armario. La observé un rato sin avisar a mi acompañante. Sabía que podía ser producto de mi imaginación y la falta de sueño. Me dí cuenta de que cada cierto tiempo la mujer se agachaba y tocaba el suelo. Tardé en ver aquellas pequeñas cápsulas de color miel. Las extraía de sus orejas y luego las colocaba en la arena. Concretamente utilizaba el hueco de nuestras huellas para enterrarlas. En ningún momento la mujer me devolvió la mirada. Era como si estuviese en alerta y a la vez absorta, fuera del mundo. Es posible que ya estuviera acostumbrada a perseguir a borrachos y utilizar sus huellas como semilleros. Tal vez era esa su rutina. Entonces mi compañero dió un grito. Me giré creyendo que él también se había percatado de la presencia de la mujer negra pero, en lugar de eso, estaba señalando un punto en los arrecifes próximos. Tambaleándose echó a correr hacia las rocas. Miré de nuevo hacia el pueblo buscando la silueta de la mujer. Seguía ahí, plantando sus extrañas cápsulas con parsimonia. "Mira ésto, mira que he encontrado". Mi compañero me gritaba sobre el sonido de las olas. Se reía y me hacía señas para que me acercara. Me pareció ver una silueta humana aplastada en las rocas. "¿Qué es?" le grité. Flotando entre las algas habían unos extraños tejidos plastificados. "Mujeres." Me quedé paralizado. "Mujeres ahogadas" gritaba mi compañero entre risas. Se me congeló el vientre y empecé a correr alarmado. Pronto me dí cuenta de algo extraño. La silueta de la roca no tenía volumen. Era solo piel. Aplastada, como un trozo de tela mojada. Tenía cabello, dos brazos y dos piernas. Pero estaba vacía. Mi compañero la estaba despegando de la roca como si se tratase de un líquen. Luego me fijé en que los tejidos que flotaban en el remanso de agua también tenían la misma forma. Caí en la cuenta de lo que eran. Muñecas hinchables. Alguna tripulación con ganas de divertirse las había lanzado al mar. La imagen resultaba perturbadora: cuerpos desinflados atrapados en los escollos del arrecife, revolcándose en las olas, desperdigados por las rocas como manchas humanas.
Cuando logré convencer a mi compañero de volver al coche, la mujer había desaparecido. Entramos en el vehículo justo cuando el sol ya empezaba a asomar por las montañas. Encendimos la radio y nos pusimos cómodos. Íbamos a descansar por fin. La mujer negra siguió en mi cabeza hasta quedarme dormido. Recuerdo el murmullo creciente que llegaba desde la orilla. El sonido de las playas al volver a habitarse con las multitudes del verano. Supongo que fue mientras las mujeres se freían al sol y los niños jugaban a ahogarse. Soñé que me crecían árboles en los pies.

2 comentarios:

  1. el compañero creyó ver un conejo de espuma cruzarse frente a sus narices.

    No se si vimos el fin del mundo, pero estuvimos cerca. Y hoy sigo sintiendo cerca el fin de algo... espero que no sea del mundo.

    Un abrazo bonico

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  2. Qué atmósfera tan onírica. Qué giro cuando descubrimos que son muñecas. Por eso se reía tanto...

    Me gusta mucho este blog.

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